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ASAMBLEA EN LA CARPINTERÍA

4 Jun

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea.Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y además se pasaba el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo.Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.Finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación.Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el Carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos.

Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos. La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad.Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.¿No ocurre lo mismo con los seres humanos?

Observa y lo comprobarás. Cuando el ser humano busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa.En cambio, cuando tratamos con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es ahí donde florecen los mejores logros humanos.

Zanahoria, huevo o café

4 Jun

Había una vez una hija que a menudo se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café.

Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose que estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó la zanahorias y las puso en un tazón. Sacó los huevos y los puso en otro tazón. Sacó el café y lo puso en un tercer tazón.

Mirando a su hija le dijo: «Querida ¿qué ves?”

«Zanahorias huevos y café»- fue su respuesta.

Entonces la hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas.

Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera… Luego de sacarle la cáscara observó que estaba duro.

Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: «¿Qué significa esto, padre?»

Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.

La zanahoria llegó al agua, fuerte, dura… pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido…

Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua.

«¿Cuál eres tú?», le preguntó a su hija. Cuando la adversidad llama a tu puerta ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?»

Las tres rejas

4 Jun

El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa y le dice:
– Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia…

– ¡Espera!- lo interrumpe el filósofo – ¿Hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?

– ¿Las tres rejas? -preguntó su discípulo-

– Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?

– No. Lo oí comentar a unos vecinos…

– Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad… Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?

– No, en realidad, no. Al contrario…

– ¡Ah, vaya!… La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?

– A decir verdad, no.

– Entonces. -dijo el sabio sonriendo- si no es verdad, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.

 

Eres importante

4 Jun

Una profesora universitaria inició un nuevo proyecto entre sus alumnos.

A cada uno les dio cuatro moños de color azul, todos con la leyenda: «Eres importante para mi» y les pidió que se pusieran uno.
Cuando todos lo hicieron, les dijo que eso era lo que ella pensaba de ellos.

Luego les explicó de qué se trataba el experimento: tenían que darle un moño a alguna persona que fuera importante para ellos, explicándoles el motivo y dándole los otros moños para que ellos hicieran lo mismo.
El resultado esperado era ver cuanto podía influir en las personas ese pequeño detalle.

Todos salieron de esa clase platicando a quién darían sus moños; algunos mencionaban a sus padres, otros a sus hermanos o a sus novios.

Pero entre aquellos estudiantes, había uno que estaba lejos de casa. Este muchacho había conseguido una beca para esa universidad y al estar lejos de su hogar, no podía darle ese moño a sus padres o sus hermanos.

Pasó toda la noche pensando a quién daría ese moño, pero al otro día muy temprano tuvo la respuesta. Tenía un amigo, un joven profesional que lo había orientado para elegir su carrera y muchas veces lo asesoraba cuando las cosas no iban tan bien como él esperaba.

¡Esa era la solución!. Saliendo de clases se dirigió al edificio donde su amigo trabajaba y en la recepción pidió verlo. A su amigo le extrañó, ya que el muchacho lo iba a ver después de que él salía de trabajar, por lo que pensó que algo malo estaba sucediendo.

Cuando lo vio en la entrada,  sintió alivio de que todo estuviera bien, pero a la vez le extrañaba el motivo de su visita. El estudiante le explicó el propósito de su visita y le entrego tres moños, le pidió que se pusiera uno y le dijo que «al estar lejos de casa, él era el más indicado para portarlo»; el joven ejecutivo se sintió halagado, no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y  prometió a su amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados.

El joven ejecutivo regresó a sus labores y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada idea: Le quería entregar los dos moños restantes su jefe. El jefe era una persona huraña y siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera «desocupado».

Cuando consiguió verlo, su jefe estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su departamento, la oficina estaba repleta de reconocimientos y papeles.
El jefe sólo gruñó -«¿Qué desea?»-
El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró los dos moños. El jefe, asombrado, le preguntó  -«¿Porqué cree usted que soy el más indicado para tener ese moño?»-.

El joven ejecutivo le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en los negocios, además que de él había aprendido bastante y estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeó, pero recibió con agrado los dos moños, no muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el puesto en el que él se encontraba.

El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa.

El jefe, acostumbrado a estar en la oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. En la solapa llevaba uno de los moños y el otro lo guardó en el bolsillo de su camisa.

Se fue reflexionando mientras manejaba rumbo a su casa. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó que algo le había pasado; cuando le preguntó si pasaba algo anormal, él respondió que no pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. Ella se extrañó, ya que su esposo acostumbraba llegar de mal humor.

El jefe preguntó -«¿Dónde está nuestro hijo?»- ; la esposa sólo lo llamó, ya que estaba en el piso superior de la casa.
El hijo bajó y el padre sólo le dijo -«¡Acompáñame!»-.
Ante la mirada extrañada de la esposa, y del hijo, ambos salieron de la casa… (el jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su «valioso tiempo» en su familia muy a menudo).

Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa. El padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía que no era un buen padre, que muchas veces se perdió de aquellos momentos que sabía eran importantes.
Y luego le expresó que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía.
También le mencionó lo de los moños y su joven ejecutivo. Le dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle el último moño a él, ya que era lo más importante, lo más sagrado, para él, que el día que nació, fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de el. Todo esto mientras le prendía el moño que decía: «Eres importante para mí».

El hijo, con lágrimas en los ojos le dijo: -«Papá, no se qué decir… mañana pensaba suicidarme porque pensé que no te importaba. Te quiero papá, perdóname….»-

Ambos lloraron y se abrazaron, el experimento de la profesora dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias vidas, con solo expresar lo que sentía….

Ese es el poder de uno…. Expresar lo que sientes y darle valor a los detalles de la gente que te ama.

El árbol

4 Jun

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y luego su antiguo camión se negó a arrancar.

Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños  hijos y le dio un beso a su esposa.

Posteriormente me acompañó hasta mi automóvil. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le  pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.

«Oh, ese es mi árbol de problemas», contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.

Lo divertido es, añadió sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior…

El caballo

4 Jun

Un campesino, que luchaba contra muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda.
Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado.

El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí.

El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado.

Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate. Tomó, entonces, la difícil decisión: Determinó que el capataz sacrificase al animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo.

Y así se hizo.

Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra adentro del pozo de forma de cubrir al caballo. Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo ir subiendo.

Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino que, al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente…

El Alpinista y la Cuerda

4 Jun

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua inicio su travesía, después de años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde…

Pero, obsesionado, no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima.

Oscureció, la noche cayo con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires… Caía a una velocidad vertiginosa, solo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que se deslizaban por la misma oscuridad y sentir la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo… Y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida; pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos… ¡Sí!, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedo más que gritar:

-¡Ayúdame Dios Mío… !-
De repente una voz grave y profunda le contestó desde los cielos:
-¿Que quieres que haga, Hijo Mío?-
-¡Sálvame, Dios Mío!-
-¿Realmente crees que te pueda salvar?-
-¡Por supuesto, Señor…!-
-Entonces corta la cuerda que te sostiene…-
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó…

Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda… ¡A TAN SÓLO DOS METROS DEL SUELO…!

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La Psicología que ayuda en el día a día, por Silvia Álava

BITÁCORA 10

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